1. LA MISA CATOLICA - INTRODUCCION La misa es el acto central de devoción cristiana, es nada menos que la celebración de la Eucaristía que Jesús instituye en la última cena cuando Él les dice a los apóstoles” Hagan esto en memoria mía.”
Claramente, la celebración de la misa involucra un verdadero sacrificio, en el que Jesucristo, el Hijo de Dios, por su muerte en la Cruz, ofrece su vida como un regalo total al Padre, redimiendo así al mundo. La Misa no únicamente simboliza la muerte de Jesús en la Cruz, también hace presente el sacrificio (redimidor) de Cristo como Sacramento. Nuestro Catecismo enseña que “en el sacrificio divino que se celebra en la misa, el mismo Cristo, quién se ofreció a sí mismo anteriormente en el altar de la Cruz, se ofrece otra vez sin derramar sangre.
Las propias palabras de Jesús nos revelan la misa como un sacrificio. La noche antes de morir, Jesús instituyó la eucaristía como memorial de su muerte y resurrección y como promesa de Su Amor. Tomando como contexto la pascua judía, Él tomó el pan y vino y se refirió a ellos como entregando su cuerpo y derramando su sangre para el perdón de los pecados. Jesús concluyó la última cena al decirles a los apóstoles que celebraron esta comida como un memorial litúrgico. “Hagan esto en memoria mía.”
Es importante reconocer que, en las Sagradas Escrituras, un memorial no únicamente nos recuerda de un evento pasado, sino convierte al evento en algo real y presente. Por lo tanto, cuando Jesús dijo “Hagan esto en memoria mía”, él les estaba pidiendo a los apóstoles que reprodujeran el ofrecimiento sacrificando su cuerpo y sangre. En verdad, fue Su cuerpo y Su sangre que fueron sacrificados en el Calvario, el cual se nos hace presente en la Misa.
Un segundo aspecto de la Eucaristía es que contiene la presencia de Jesús. Porque en la Eucaristía *el cuerpo y la sangre, que son el alma y la divinidad de Jesucristo* está encapsulada la esencia del cuerpo y la sangre. La Eucaristía no es únicamente un símbolo sagrado de Jesús, o un recordatorio de Jesús. Cuando al sacerdote en la misa pronuncia esas palabras de Jesús en el momento de la consagración, el pan y el vino en el altar se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo. Tan importante eran el tomar parte de su cuerpo y sangre en la Eucaristía que Él nos enseñó. “En verdad, en verdad les digo que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no toman su sangre, no tendrán vida en vosotros; aquél que come mi carne y bebe mi sangre, tendrá vida eterna, y yo lo levantaré el último día. Porque en verdad, mi carne es comida y mi sangre es bebida. Quién come mi carne y bebe mi sangre se somete en mí y yo en él.”(Jn 6-53-56).
En la pascua judía bíblica, después del sacrificio se celebraba una comida en común y era la comida compartida la que cimentaba la comunión entre los participantes y Dios. También deseamos que el sacrificio en nuestra misa encuentre su culminación en una comida festiva (1 COR 5:7-8). El catecismo explica que “el recibir la comunión, es recibir al mismo Cristo, quien se ofreció a sí mismo a nosotros. En realidad, la Santa Comunión es la unión más profunda que podemos tener con Dios en este lado de la eternidad.
Por lo tanto, vemos la Misa como un sacrificio, la verdadera presencia de Jesús y tomamos la Santa Comunión con él. Con estos antecedentes ahora podemos empezar a entender y apreciar mejor las partes de la misa.
2. LA SEÑAL DE LA CRUZ Comenzamos la misa con la señal de la cruz. Al hacer esta señal estamos invocando la presencia de Dios y continuando una tradición sagrada que se remonta a los primeros siglos del cristianismo.
Hay dos partes principales de la señal de la cruz: el acto de trazar la señal de la cruz en nuestro cuerpo y las palabras que oramos mientras lo hacemos. El primero se basa en la Sagrada Escritura, especialmente en el libro del profeta Ezequiel, en el cual se usaba una marca misteriosa como señal de protección divina y también como una marca para distinguir a los buenos de los malvados. (Ez 8). Al basarse en imágenes encontradas en Ezequiel, el apocalipsis nos describe a los santos en el cielo con un sello en sus frentes. (Rv 7:3)
Al hacer la señal, invocamos el nombre de Dios diciendo” en el nombre del Padres y del Hijo y del Espíritu Santo,” En las Sagradas Escrituras. Al decir el nombre del Señor estamos invocando su presencia y su poder. Esa es la razón porque los antiguos Israelitas, cuando invocaban el nombre del Señor por medio de los Salmos, lo alababan, le daban las gracias y le pedían ayuda en sus vidas. Nosotros, como el Salmista, invocamos su presencia divina y le pedimos su ayuda con todas nuestras dificultades.
Al comienzo de la liturgia, invitamos al Señor a entrar en nuestras vidas cuando invocamos solemnemente su nombre, su presencia y su poder. Es como es como si estuviéramos consagrando la próxima hora de nuestras vidas al Señor diciendo que todo lo que hacemos en la misa lo hacemos en su nombre. Todos nuestros pensamientos, esperanzas, plegarias y acciones las hacemos “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” Es más, al igual que los Israelitas de la antigüedad, invocamos en el nombre de Dios con veneración, pidiéndole ayuda a medida que nos preparamos para entrar en los sagrados misterio de la misa.
Cando invocamos el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Santo, estamos repitiendo el gran encargo de Jesús a los apóstoles. “Por lo tan vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” CMT 28:19). Estas fueron las palabras pronunciadas cuando nos bautizaron y nuestras almas se colmaron por primera vez de la vida divina de la Santa Trinidad. Al repetir esas palaras en cada misa, somos conscientes de que nos estamos dirigiendo al Dios Todopoderoso en la liturgia por medio la vida sobrenatural que Dios generosamente nos ha concedido.
Cuando el sacerdote nos saluda con las palabras “El Seños está con ustedes,” nos comunica la realidad de la presencia de Jesús en la comunidad de creyentes reunidos en su nombre. Jesús dijo “cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (MT 18-20). Con estas palabras el sacerdote está también orando para que la vida divina, que recibimos en el bautismo continúe creciendo en nosotros.
El saludo “El Señor este con ustedes” también nos recuerda las palabras pronunciadas a una lista enorme de héroes bíblicos quienes fueron llamados a servir a Dios en una misión abrumadora. Acuérdense de Isaac y Jacob, Moisés y Josúe, el rey David, el profeta Jeremías y la bendita Virgen María. Todos ellos oyeron este llamado en momentos cruciales de sus vidas. Las palabras al principio de la liturgia pueden inspirarnos y alentarnos, así como recordarnos del alto llamamiento que todos tenemos, al mismo tiempo garantizándonos que tenemos acceso a un alto poder que nos brindará apoyo.
Al responder a este saludo con “Y con tu Espíritu”, la congregación se refiere al “espíritu” del sacerdote y reconoce la extraordinaria acción del Espíritu Santo hacia él en virtud de su sacerdocio.
3. RITO PENITENCIAL (YO CONFIESO) Los Israelitas antiguos tuvieron tres días para prepararse para encontrarse con el Señor antes de que El viniera hacia ellos enmedio de rayos y truenos para entregarles los diez mandamientos. Nosotros también debemos de prepararnos para el encuentro sagrado con el Señor cada vez que vamos a misa. Es más, nuestro encuentro es más profundo porque en la liturgia sagrada encontramos la presencia del propio Jesus en el Santo Sacramento. Y puesto que no somos dignos de estar en Su presencia, el sacerdote nos invita a “prepararnos para celebrar los misterios sagrados “al confesar humildemente nuestros pecados públicamente ante Dios Todopoderoso y la congregación.
La plegaria conocida como el Yo Confieso es parte de una larga tradición Bíblica de confesar nuestros pecados. A veces lo hacemos en una ceremonia pública de arrepentimiento (Neh 9:2), o individualmente como una respuesta espontanea (Ps 32:5; 38; 18). La costumbre de confesar nuestros pecados continua en el Nuevo Testamento, la cual comienza con multitudes confesando sus pecados cuando se someten al bautismo de arrepentimiento de San Juan (Mt. 3:6). Santiago nos exhorta a “confesar sus pecados el uno at otro y orar el uno por el otro para que puedan ser sanados” (Jas 5:16). Los primeros cristianos confesaban sus pecados antes de participar en la Eucaristía, como está registrado en el Dirige, un texto de principios del siglo Segundo.
En el Yo Confieso confesamos nuestros pecados no únicamente a “Dios Todopoderoso” sino también a “ustedes hermanos y hermanas” porque Santiago nos ensena como nuestros pecados afectan nuestra relación mutual. El Yo Confieso nos reta en cuatro áreas en las cuales puede que hayamos pecado.
Primero, “en mis pensamientos”. Jesus, en el Sermón de la Montana, nos advierte varias veces acerca de las maneras en que podemos pecar con el pensamiento. Por ejemplo, podemos pecar al sentir ira hacia otros; podemos cometer adulterio de corazón por medio de pensamientos lascivos (Mt 5:22; 5:27-28).
Segundo, “en mis palabras”. La carta de Santiago nos advierte que la lengua es fuego, y puede causar gran turbulencia. Como “Como un pequeño incendio puede poner en llamas a un gran bosque” (Jas 3:5). La biblia nos ensena de cuantas maneras nuestras palabras pueden causar daño. Por ejemplo, chismear (2 Cor 12:20); calumniar (Rom 1:30); insultar (Mt 5:22); mentir (Col 3:9); alardear ((Jas 4:16). Estos y otros pecados de palabra deben de confesarse en el Yo Confieso.
Tercero, “en lo que he hecho.” Esta sea incluye pecados cuyas acciones dañan directamente a otras personas o a nuestra relación con Dios. Como ejemplo, a menudo se usan los Diez Mandamientos como base para un examen de conciencia.
Cuarto, “en lo que he fallado de hacer.” Esta es la parte más difícil. Se nos recuerda que el camino de la Cristiandad no es solo evitar pensamientos, palabras, deseos o acciones pecaminosas. La Cristiandad es, en última instancia, la imitación de Cristo. Jesus no únicamente quiere que evitemos el pecado, Él quiere que nos inspiremos en su amor abnegado.
En lugar de simplemente decir he pecado, la nueva traducción de esta plegaria refleja más detenidamente el texto en Latín de la Misa para recalcar la gravedad del pecado. Ahora decimos “He pecado mucho” junto con las palabras de arrepentimiento de David al Señor, “He pecado mucho porque he hecho esto” (1 Chr 21:8. Lo repetimos tres veces golpeándonos el pecho en señal de arrepentimiento. Por lo tanto, en Misa, no solamente pedimos disculpas a Dios, sino que admitimos humildemente que hemos pecado, “
por mi culpa, por mi culpa, y por mi gran culpa.”
4. KYRIE ELEISON Y EL GLORIA Las escrituras revelan muchos relatos de individuos pidiéndole misericordia a Dios; comenzando con la plegaria de David en el Salmo 51 hasta llegar a muchos ejemplos en los que Jesus responde a llamados de misericordia en el Nuevo Testamento. Comprendemos que, al pedir misericordia como petición, esa plegaria representa la súplica de ayuda de la gente de Dios.
A medida que nos preparamos para entrar a los misterios sagrados de la liturgia, lo hacemos en unión de la Bendita Virgen Maria y todos los ángeles y los santos. Con temor y reverencia por la proximidad de la presencia divina, no podemos evitar el pedirle misericordia al Señor mientras repetimos la petición del Kyrie Eleison del sacerdote. “
Señor ten piedad, Señor ten piedad, Cristo ten piedad, Cristo ten piedad, Señor ten piedad, Señor ten piedad.”
Aunque el Kyrie es esencialmente una expresión de arrepentimiento, como se puede deducir de los ejemplos Bíblicos, se puede entender como una petición de ayuda a Dios. Podemos confiar nuestros sufrimientos al Señor en el Kyrie. Los evangelios, sin embargo, hablan de gente pidiéndole a Jesus misericordia para otros. Por lo tanto, nosotros también podemos encomendar a nuestros seres queridos al Señor cada vez que oramos el Kyrie en misa.
El tono de la liturgia ahora cambia de doloroso arrepentimiento a alabanza llena de gozo cuando oramos el Gloria, cuyo saludo inicial esta tomado de las palabras cantadas por los ángeles anunciando la buena nueva del nacimiento de Cristo. Por lo tanto, nos preparamos para darle la bienvenida a Jesus al repetir las mismas palabras de alabanza. El resto del Gloria continúa saturado de palabras de la Sagrada Escritura. Se adhiere a un patrón Trinitario, comenzando con la alabanza al Padre a quien se dirige como “Dios Padre Todopoderoso” y “Rey de los Cielos”.
Al alabar al Señor como “
Todopoderoso” y “Rey de los Cielos”, Su omnipotencia debe de ser considerada dentro del contexto de su Paternidad. El Señor es lo que el Catecismo llama “omnipotencia paternal”. Sus poderes junto con Su amor por nosotros siempre van a querer lo mejor para nosotros.
La siguiente parte del Gloria nos habla de la historia de Cristo. Primero a Jesus se le llama el “Hijo del Padre” y el Único Hijo Engendrado”, lo cual evoca varios textos del Nuevo Testamento que destacan la naturaleza divina de Jesus como Hijo de Dios y nos señala el prólogo del evangelio de San Juan el cual proclama que “
la Palabra eterna, que es Dios, se hizo carne y vivió entre nosotros”. (Jn 1:1-4).
En la parte siguiente, el Gloria se refiere a Jesus como “el Cordero de Dios.” Nos recuerda el tema del triunfo del Cordero sobre el pecado y el demonio en Apocalipsis (Ap 5:6-14; 12:11; 17:14). El Gloria también hace referencia a Jesus diciendo “
Cordero de Dios…que quitas los pecados del mundo”, repitiendo así las palabras de San Juan Bautista la primera vez que el vio a Jesus. (Jn 1:29).
Por último, alabamos a Jesus en su posición especial de autoridad: “Estas sentado a la derecha del Padre,” refiriéndose al relato de San Marcos de la ascensión de Jesus al cielo. Mk 16:19).
El Gloria concluye al mencionar al Espíritu Santo y así le rinde homenaje a la Santísima Trinidad.
En el Kyrie expresamos nuestra necesidad de salvación y de la misericordia de Dios. En el Gloria expresamos gozosamente nuestra gratitud por haber recibido la salvación de Cristo.
5. LA LITURGIA DE LA PALABRA La Iglesia usa a menudo la imagen de “dos mesas” para expresar la continuidad entre las dos partes principales de la misa.: la Liturgia de la Palabra y la Liturgia de la Eucaristía. El pueblo del Señor se alimenta primero de la mesa de la Sagrada Escritura, la cual se proclama en la Liturgia de la Palabra. Después se alimentan del Cuerpo de Nuestro Señor en la mesa de la Eucaristía.
Aunque la Eucaristía es el verdadero cuerpo y sangre de Jesus y la “
fuente y cumbre” de la vida Cristiana, las Escrituras nos conducen a una comunión más profunda con Jesus en la Eucaristía. Necesitamos la Palabra inspirada por Dios en la Escritura y la Palabra Encarnada de Dios presente en el Santísimo Sacramento.
Las lecturas de las Sagradas Escrituras no solamente nos proporcionan las exhortaciones para una vida recta llena de reflexiones acerca de la vida spiritual. En la liturgia encontramos las palabras en que Dios se dirige personalmente a cada uno de nosotros.
Aun cuando la Sagradas Escrituras fueron escritas por seres humanos a ciertas comunidades en particular y en un momento dado de la antigüedad, fueron inspiradas por Dios. La palabra Inspiración proviene del griego y significa “
Dios soplo” ( 2 Tim 3:16). Estas Escrituras son como el mismo Jesus, completamente humanas y completamente divinas. Al hacernos la señal de la Cruz, confesar nuestra indignidad de estar en la presencia de Dios y cantar sus alabanzas, nos hemos preparado para escuchar cuidadosamente las Palabras inspiradas por Dios. Este es un momento muy personal porque, de acuerdo con el Vaticano II, “
En los libros Sagrados, el Padre, que está en el cielo, viene lleno de amor a encontrarse con sus hijos y a hablar con ellos,”
La selección de las Sagradas Escrituras se determina por un ciclo de tres años de lecturas de diversas partes de la Biblia: el Antiguo Testamento, los Salmos, el Nuevo Testamento y los evangelios. Aun el orden de estas lecturas tiene significado porque refleja el plan redentor de Dios. Van del antiguo al Nuevo, de Israel a la Iglesia.
Las lecturas de las Sagrada Escritura también corresponden con las temporadas y festividades de la Iglesia. En un nivel, la Iglesia nos conduce a través de la vida y misión de Jesus a lo largo del año litúrgico. En las cuatro semanas de Adviento, rememoramos el tiempo en que la humanidad anhelaba el nacimiento del Salvador. En la temporada Navideña, nos regocijamos con la venida y nacimiento del Hijo de Dios. En los cuarenta días de Cuaresma, participamos en la plegaria y el ayuno de Jesus en el desierto a medida que nos preparamos para comenzar la Pasión de Cristo en Semana Santa. En los cincuenta días de la temporada de Pascua, celebramos la resurrección de Jesus y su ascensión al cielo, culminando con la venida del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. El resto del ano litúrgico, el cual se conoce como tiempo ordinario, enfoca su atención en el ministerio público de Jesus.
Esparcido durante todo el ano, la Iglesia dirige nuestra atención a los diversos santos y misterios de fe. El principal de ellos y el más conmemorado es la devoción a la Santísima Virgen Maria. Como es difícil comprender el misterio complete de Cristo, la Iglesia destaca días especiales para que prestemos atención, demos gracias y alabemos elementos específicos de nuestra fe católica.
6. LECTURAS DE LA SAGRADA ESCRITURA La primera lectura es usualmente del Antiguo Testamento, excepto durante la temporada de Pascua cuando se leen los Actos de los Apóstoles. En el Antiguo Testamento, el misterio de nuestra salvación se hace presente de manera escondida. “
El Antiguo Testamento se prepara para el Nuevo y el Nuevo cumple el Antiguo, ambos se esclarecen mutuamente. Ambos son fieles a la palabra de Dios.”
Al final de la primera lectura, el lector dice “
Palabra de Dios”, y nosotros exclamamos con admiración porque Dios nos ha hablado “
Demos Gracias al Señor”. El dar gracias a Dios es un aspecto común de rendir culto desde el Antiguo Testamento al Nuevo (1 Chr 16:4). San Pablo usaba esas palabras específicas para darle gracias al Señor por librarlo del pecado y de la muerte (1Cor 15.57), (Rom 7:25).
Después de haber escuchado la palabra de Dios proclamada en la Primera lectura, respondemos con las palabras de alabanza y gratitud inspiradas por Dios, tomadas de 150 himnos del Libro de Salmos. Los antiguos Israelitas cantaban versos de los Salmos en el templo, generalmente había dos grupos que se alternaban con un estribillo común. Estos cantares alternos entre motivo y respuesta denotan un tipo de dialogo litúrgico y se encuentra durante toda la misa. “
El Señor este con vosotros…y con su Espíritu,” “Levantemos el Corazón….lo tenemos levantado en el Señor.”
La segunda lectura proviene del Nuevo Testamento: de una de las epístolas, de los Actos de los Apóstoles o del Apocalipsis. Estos textos reflexionan sobre el misterio de Jesucristo, Su labor de salvación y el significado que tiene para todos nosotros.
La última lectura es de los Evangelios y la Misa refleja su posición preeminente porque, de acuerdo con Vaticano II “
Son nuestra fuente principal de la vida y las enseñanzas de la Palabra Encarnada, nuestro Salvador.” Primero, el pueblo se pone de pie para darle la bienvenida al Señor Jesus, quien va a ser proclamado en la lectura del Evangelio. Estar de pie era la postura de reverencia cuando Ezra leía del libro de la ley (Neh 8:5). Segundo, el pueblo canta “
Aleluya”, lo cual es una expresión judía de gozo que significa “
Alabado sea el Señor”. Tercero, durante el Aleluya, el sacerdote comienza a marchar en el santuario, llevando el libro de Evangelios desde el altar al pulpito. Para prepararse a si mismo para leer, el sacerdote ora: “
Limpia mi corazón y mis labios, Dios todopoderoso, para que yo sea digno de proclamar tu Santo Evangelio,” recordándonos como los labios del Profeta Isaías necesitaban ser purificados antes de pronunciar las palabras de Dios. (Is 6:1-9). Después de otro dialogo de saludo, el sacerdote anuncia la lectura del Evangelio y hace la señal de la cruz en su frente, sobre su boca, pecho y sobre el libro.
Toda esta ceremonia proclama que estamos acercándonos al momento más sagrado de la misa. La Iglesia nos ensena que cuando se leen las Sagradas Escrituras en la Iglesia, el Señor le habla a su pueblo, y Cristo, presente en Su propia palabra, proclama el Evangelio. Por lo tanto, Cristo nos habla personalmente a cada uno de nosotros por medio de la divina inspiración de Dios. Le oímos decir “
Arrepiéntanse porque el reino de Dios está cerca” (Mt 4:17). Y cuando Él le habla a la mujer adúltera, lo escuchamos darnos consuelo a todos por nuestros pecados al decir “
Yo tampoco te condeno, vete y no peques más.” (Jn 8:11).
Las lecturas concluyen con una homilía para aclarar su significado y vincularlas con nuestras actividades cotidianas. Como los Evangelios son el núcleo de la Biblia, únicamente el Obispo, como sucesor de los Apóstoles, junto con todos con quienes el comparte autoridad, tienen la responsabilidad de proclamar los Evangelios y dar la homilía. Esto garantiza la continuidad de la fe apostólica de la Iglesia y sus enseñanzas.
7. EL CREDO Y LA ORACION DE LOS FIELES El Credo resume la historia de las Escrituras. Pasando de la creación a la encarnación, muerte y resurrección de Cristo, al envío del Espíritu Santo, a la era de la iglesia y finalmente a la Segunda Venida, el Credo nos lleva a través de toda la historia de la salvación. En una breve declaración de fe, extraemos el hilo narrativo desde el Génesis hasta el libro de Apocalipsis.
La práctica de recitar un credo tiene profundas raíces bíblicas. El antiguo Israel fue llamado a profesar su fe en un credo conocido como el
Shema: “
Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es un Dios, y amarás al Señor con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6-4). También debemos ver al Credo como nuestro
Shema, ya que también nos recuerda que nuestras creencias y decisiones son importantes aun cuando están en contraste con la visión cultural de que no existe una verdad moral o religiosa.
El Credo proclama que el universo fue creado por el único Dios verdadero, "el creador del cielo y la tierra", y se está moviendo de acuerdo con el Plan Divino de Dios. El Credo también presume que el plan de Dios se reveló completamente en el Hijo de Dios, el "único Señor Jesucristo" que se hizo hombre, "para nosotros y para nuestra salvación" y "para traer el perdón de los pecados". El Credo nos recuerda que al final de nuestras vidas estaremos ante el Señor Jesucristo, que "vendrá otra vez en gloria para juzgar a los vivos y los muertos". Declaramos solemnemente cada semana al comienzo del Credo: "
Creo en un Dios ..." para crecer en nuestra fe y confiar más de nuestras vidas a Dios.
El Credo en la nueva traducción tiene varios cambios en el vocabulario. Primero está adoptando el singular "Creo" para hacerlo más personal. En segundo lugar, ahora decimos que Dios es el creador "de todas las cosas visibles e invisibles", que refleja con mayor precisión el lenguaje de san Pablo (Col 1:16). Tercero, ahora hablamos de Jesús siendo "Consustancial con el Padre" o “de la misma naturaleza del Padre”. Esto refleja más de cerca el lenguaje teológico del Concilio de Nicea (325 d.C.) que afirmaba que el Hijo era de la misma sustancia que el Padre y condenaba la enseñanza Arriana. Otro cambio importante incorpora la palabra teológica latina
incarnatus (Encarnado), que se refiere al "hecho de que el Hijo de Dios asumió una naturaleza humana para llevar a cabo nuestra salvación en ella". En las palabras del Evangelio de Juan "la Palabra se hizo carne” ( Jn 1:14). Por lo tanto, ahora decimos que el Hijo, "
por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen, y se hizo hombre".
La Liturgia de la Palabra culmina en lo que se conoce como "La Oración de los Fieles". Esta es una de las partes más antiguas de la Misa, ya atestiguada por san Justino Mártir en el año 155 d.C. La práctica en realidad se remonta a la iglesia en Jerusalén que ofreció oraciones por el encarcelamiento de san Pedro por parte de Herodes (Hechos 12:1-7). Y más tarde, cuando san Pablo le escribió a Timoteo, le indicó que intercediera por todas las personas. “Hagan súplicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias para todos los hombres, para los reyes y para todos los que están en posiciones altas, para que podamos llevar una vida tranquila y pacífica, piadosa y respetuosa en todos los sentidos (1Tm 2:1-4).
Estas intercesiones generales en la misa representan un momento significativo para los fieles. La Instrucción General del Misal Romano señala que, en estas intercesiones, los fieles "ejercen su función sacerdotal, participando en la oración sacerdotal de Cristo por toda la familia humana". El Catecismo señala que la oración intercesora es "característica de un corazón en sintonía con la misericordia de Dios". Si estamos verdaderamente en sintonía con el corazón de Dios, naturalmente querremos orar por los demás. La culminación de la Liturgia de la Palabra es un momento apropiado para ofrecer estas intercesiones.
8. LA LITURGIA DE LA EUCARISTÍA La segunda mitad de la misa se llama Liturgia Eucarística. El sacrificio de Jesús en la cruz lo hace presente el sacerdote, quien lleva a cabo lo que Jesús hizo en la última cena y lo que Él ordenó a los apóstoles que hicieran en su memoria. En la Liturgia Eucarística, el pueblo ofrece pan y vino como ofrendas y luego son consagradas y transformadas en el cuerpo y la sangre de Cristo, que recibimos en la Sagrada Comunión.
Comienza con la preparación de las ofrendas, que también se llama "
ofertorio", una palabra latina que significa presentar u ofrecer. La ofrenda de pan y vino en la Misa se basan principalmente en las sagradas Escrituras. Además de usarse en la Pascua, se ofrecían pan y vino regularmente en los ritos de sacrificio de Israel. Había una estrecha conexión cercana entre las ofrendas de sacrificio de pan y vino y el individuo donante; simbolizaban el ofrecimiento de uno mismo. Lo mismo ocurre con la presentación de nuestras ofrendas en la Misa. En el pan y el vino, ofrecemos a Dios, los dones de la creación y los resultados de nuestros trabajos. Finalmente, el rito simboliza la entrega de nuestras vidas a Dios, uniéndolas con el sacrificio perfecto de Cristo. Luego el sacerdote las lleva al altar, donde se hace presente el sacrificio de Cristo.
El sacerdote luego toma el cáliz de vino y lo mezcla con agua. El significado de esto se expresa en la oración; "Por el misterio de esta agua y vino podemos llegar a compartir la divinidad de Cristo, que se humilló a sí mismo para compartir nuestra humanidad". Aquí el vino simboliza la divinidad de Cristo, y el agua nuestra humanidad. La mezcla de vino y agua apunta a la Encarnación, y en nuestro llamado a ser "participantes en la naturaleza divina" (2P 1:4).
Luego el sacerdote reza por el pan y el vino: "
Bendito seas, Dios de toda la creación, porque por tu bondad hemos recibido el pan que te ofrecemos: fruto de la tierra y obra de manos humanas, se convertirá para nosotros en el pan de vida….". La siguiente oración deja en claro que no es el pan y el vino que se ofrece, sino la gente reunida. "
Con espíritu humilde y corazón contrito, seamos aceptados por Ti, oh Señor ...". Luego, en preparación para la presencia de Dios, el sacerdote se lava las manos como los sacerdotes israelíes de la antigüedad y reza cuando se acerca al tabernáculo: "Lávame, Señor, de mi iniquidad y límpiame de mi pecado". Finalmente, en un último acto de preparación, el sacerdote se dirige a la gente, rogándoles oraciones cuando está a punto de comenzar la oración eucarística. “
Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.”
Esta oración señala la parte "mío" del sacrificio que señala el sacrificio de Cristo que se hará presente a través del sacerdote ordenado que actúa en
persona Cristi (en la persona de Cristo). La parte "vuestro" del sacrificio se refiere a toda la iglesia ofreciéndose en unión con Cristo en la Misa. La gente responde con una oración que reconoce cómo ambos sacrificios, el de Cristo y el suyo, se unirán y se ofrecerán al Padre a través del mano del sacerdote:
“
Que el Señor reciba de tus manos este sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.”
9. LA PLEGARIA EUCARÍSTICA: EL PREFACIO, EL SANCTUS, El EPÍCLESIS Las Plegaria Eucarísticas de la misa tiene raíces en las antiguas oraciones judías de mesa que se recitan en cada comida. Incluyen una bendición sobre el pan y el vino, el recuento del acontecimiento salvador fundamental de la muerte y resurrección de Jesús. Tiene una estructura triple de ofrecer alabanzas a Dios por la creación, acción de gracias por su gracia salvadora, y súplica.
El Prefacio se abre con un diálogo de tres partes que se ha recitado en la misa desde al antes del siglo III. (Pr.)
El Señor esté con ustedes; (Res.)
Y con tu espíritu. (Pr.)
Levantemos el corazón; (Res.)
Lo tenemos levantado hacia el Señor. (Pr.)
Demos gracias al Señor, nuestro Dios; (Res.)
Es justo y necesario. Como en los Ritos introductorios al comienzo de la Misa, este saludo se usa para convocar a una asamblea importante a la parte más sagrada de la Misa: la plegaria eucarística.
Luego, el sacerdote dice: "
Levantemos el corazón". Esta oración trae a la mente una exhortación similar en el libro de Lamentaciones: "
Alcemos nuestro corazón y manos a Dios que está en el cielo" (Lamentaciones 3:41). En la Biblia, el corazón es el centro oculto de la persona donde se originan los pensamientos, emociones y acciones. Por lo tanto, el sacerdote nos convoca para que prestemos toda nuestra atención a lo que está por desarrollarse.
En el último intercambio litúrgico, el sacerdote dice: "
demos gracias al Señor nuestro Dios ...", Una respuesta bíblica común a la bondad de Dios y a sus obras salvadoras. Las personas se unen para dar gracias, respondiendo "
Es justo y necesario". El sacerdote luego ofrece la oración del Prefacio en nombre de la gente, "
Es verdaderamente justo y necesario, nuestro deber y salvación, siempre y en todas partes darte gracias, Padre Santísimo ...". Hay varias variaciones de esta plegaria dependiendo de la fiesta o la temporada.
ElSanctus: "Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos. El cielo y la tierra están llenos de tu gloria. Hosanna en lo más alto. Bienaventurado el que viene en el nombre del Señor. Hosanna en lo más alto”. Esta oración nos ayuda a ver con los ojos de los ángeles lo que realmente está sucediendo en la liturgia eucarística. Isaías informa que vio seis serafines angelicales alados, que no se atrevían a contemplar la gloria de Dios y se llamaban unos a otros: "Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos" (Is 6:3). En el Nuevo Testamento, san Juan tuvo una experiencia similar. Al igual que Isaías, san Juan ve a las criaturas angelicales de seis alas ante el trono de Dios cantando un himno de alabanza similar: "Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso". Así que nosotros también, en misa, unimos nuestras voces con los ángeles en su jubiloso himno de alabanza. En la segunda mitad de
El Sanctus, repetimos las palabras que las multitudes usaban para saludar a Jesús mientras se dirigía a Jerusalén: "Hosanna" y "Bienaventurado el que viene en el nombre del Señor". Así como las multitudes le dieron la bienvenida a Jesús con estas palabras, también le dieron la bienvenida a Jesús a nuestra Iglesia.
Los primeros Cristianos incluyeron la oración conocida como la
epíclesis, (que significa "invocación sobre"), en la liturgia. Aquí el Sacerdote ora para que el Padre envíe al Espíritu Santo para cambiar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor. Al igual que los antiguos judíos que le suplicaron a Dios que enviara al Mesías, el sacerdote solicita que el Rey Mesías se haga presente nuevamente bajo la apariencia de pan y vino. "
Por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo, nuestro Señor”. Finalmente, con la esperanza de unirnos más profundamente, el sacerdote invoca al Espíritu Santo: "
Para que, fortalecidos por el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo, un espíritu en Cristo".
10. EL MEMORIAL DE LA ÚLTIMA CENA “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros. Tomad y bebed todos del él, porque éste es el cáliz de mí sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía.” Para entender el significado completo de estas palabras, pronunciadas por Jesús en la última cena, es importante escucharlas en el contexto de la Pascua. Los israelitas celebraron la Pascua anual como un "memorial" litúrgico, donde "los eventos se vuelven presentes y reales de cierta manera" (
Catecismo 1363). Lo revelador de las palabras de Jesús es que usó un lenguaje de sacrificio con referencia a sí mismo. Él habla sobre su propio cuerpo y la sangre ofrecida y derramada en un sacrificio. Jesús se identifica con el cordero sacrificado ofrecido para la Pascua. Como tal, sus acciones anticipan misteriosamente su sacrificio en la cruz. En la cena Pascual de la Última Cena, Jesús voluntariamente ofreció su propio cuerpo y sangre para el perdón de los pecados. Su sacrificio luego se completó el Viernes Santo. Jesús ordena a los Apóstoles que “hagan esto en memoria mía”. Les está instruyendo a celebrar la Última Cena como un memorial litúrgico. Es en este contexto que la Misa debe entenderse como un sacrificio.
Ahora cuando el sacerdote pronuncia las palabras de consagración sobre el pan y el vino, estos se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo. En reverencia, el sacerdote hace una genuflexión en adoración silenciosa ante la sangre de Cristo en el cáliz y luego se levanta y recita solemnemente una expresión de san Pablo (1Tim 3:9), que esto realmente es "
El misterio de la fe". Jesucristo, cuyo cuerpo y sangre, se ofreció por nuestros pecados en el Calvario, ahora está realmente presente en el altar bajo las apariencias de pan y vino. La gente en respuesta proclama el misterio de la salvación tomado de las palabras de san Pablo a los corintios (1Co 11:26): "
Proclamamos tu muerte, oh Señor, y profesamos tu resurrección hasta que vuelvas", o "
cuando come este pan y bebe esta copa, proclamamos tu muerte, oh Señor, hasta que vengas de nuevo". Una tercera plegaria se extrae de san Juan 4:42 "
Sálvanos, Salvador del mundo, porque por Tu cruz y resurrección nos has salvado."
La siguiente oración, la
anamnesis, o memorial en griego, comienza: "
Por lo tanto, mientras celebramos el memorial de su Muerte y Resurrección". El sacerdote le dice al Padre todopoderoso que la Iglesia ha sido fiel en cumplir el mandato de Jesús "
Haced esto en memoria mía”. Esto sirve como base para una segunda oración conocida como la ofrenda, que expresa cómo en la misa somos invitados a unirnos con este sacrificio de Cristo. "
Te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo ..." La oración eucarística continúa mientras le pide al Padre que acepte la ofrenda de la Iglesia, al igual que estaba complacido de aceptar los sacrificios de Abel, Abraham y Melquisedec de la Biblia. Al concluir las oraciones eucarísticas, el sacerdote reza para que los comulgantes "
se conviertan en un solo cuerpo, un solo espíritu en Cristo". El sacerdote también reza para que nuestra participación nos haga "
una ofrenda eterna" (Rm 12:1). Finalmente, se ofrecen oraciones por la Iglesia universal y por la paz y la salvación del mundo.
La Plegaria Eucarística concluye con una expresión de alabanza comúnmente conocida como el gran Amén. Aunque la palabra hebrea Amén, que afirma la validez de lo que se ha dicho, a menudo se usaba en ambientes litúrgicos antiguos, lo más notable es cómo los ángeles y los santos gritan "Amén" mientras cantan en coro alabando a Dios (Ap 5:14, 7:12, 19: 4). Así, después de que el sacerdote proclama en su clausura: "
Por Cristo, con él y en él, a ti Dios, Padre Todopoderoso, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos", responde con un trueno celestial, (San Jerónimo) “¡
Amén!”
11. PREPARACIÓN PARA LA SANTA COMUNIÓN Antes de recibir la Sagrada Comunión, la siguiente parte de la misa está destinada a garantizar que las personas estén dispuestas a recibir el cuerpo y la sangre de Cristo. La preparación comienza con la Oración del Señor como lo enseñó Jesús en los evangelios (Mt 6: 9, Lc 11: 1-4).
El sacerdote comienza recordándonos el privilegio de poder hablar con Dios de esta manera. "
Por orden del Salvador y formado por la enseñanza divina, nos atrevemos a decir ...", la gente responde, comenzando con "
Padre Nuestro ..." usando un término afectuoso para señalar la relación íntima que ahora tenemos con Dios y nuestros hermanos, a través de nuestra unión con Cristo. La Oración del Señor se divide en siete peticiones, con las tres primeras centradas en Dios y las últimas cuatro centradas en nuestras necesidades.
Santificado sea tu nombre: ora para que Dios y su nombre sean tratados como santos.
Venga tu reino: reza para que el reino de Dios sea aceptado en todo el mundo.
Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: ora para que todos en la tierra puedan adorar a Dios y obedecer Su voluntad perfectamente como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día: ora por nuestras necesidades diarias, y también se refiere al pan de vida que estamos a punto de recibir en la Sagrada Comunión.
Perdónanos nuestras ofensas como perdonamos a los que nos ofenden: antes de recibir la Sagrada Comunión, le pedimos a Dios que nos perdone, y tenemos el desafío de perdonar a quienes han pecado contra nosotros.
No nos dejes caer en la tentación: esta es una oración para que Dios nos fortalezca para vencer las tentaciones que enfrentamos.
Líbranos del mal: aquí le pedimos a Dios que nos libere de Satanás y sus malas obras.
Esta última petición introduce el Rito de la Paz cuando el sacerdote dice:
Líbranos, Señor, oramos de todo mal, concede gracia la paz en nuestros días ..." La paz que se visualiza aquí es ante todo profundamente personal y espiritual. Refleja una profunda integridad y bienestar internas que es un regalo de Dios, que fluye de la fidelidad al pacto de Dios. Al igual que los ángeles en el cielo, la gente responde alabando a Dios "
Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre Señor".
Después de pedirle al Padre el don de la paz, el sacerdote ahora se dirige a Jesús, recordando Sus palabras en la Última Cena: “
Les dejo la paz, les doy mi paz” (Jn 14, 27). Paz, no como el mundo da, sino una paz espiritual interna que puede soportar las muchas pruebas de la vida. Luego viene el signo de la paz, que refleja las antiguas prácticas cristianas y las exhortaciones de los santos Pedro y Pablo: "
Salúdense los unos a otros con un beso santo" (Rm 16:16; 1Pe 5:14).
El sacerdote luego rompe la Eucaristía en una acción simbólica conocida como la "
fracción". Los evangelios informan cuatro ocasiones cuando Jesús mismo partió el pan. Los dos primeros en los que multiplicó panes para alimentar a miles. El evangelio de san Mateo en particular subraya cómo este milagro prefigura el milagro aún mayor de la Eucaristía. Y nuevamente, en la Última Cena, y en el relato de Pascua de Jesús cenando con los discípulos en el camino a Emaús. Después de romper la hostia, el sacerdote coloca un pequeño pedazo en el cáliz mientras reza: "
Que esta mezcla del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo traiga vida eterna a todos los que la reciben". Al hacerlo, la gente repite tres veces el Agnus Dei "
Cordero de Dios que quitas el pecados del mundo, ten piedad de nosotros ..." Es apropiado que nos dirijamos a Jesús como "Cordero de Dios", porque el Nuevo Testamento revela a Jesús como el nuevo Cordero Pascual que ha sido sacrificado por nuestro bien. Y nuestra respuesta se une al coro de miles y miles de ángeles en el cielo que adoran a Jesús como el Cordero victorioso “Al que está sentado sobre el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder, por los siglos de los siglos” (Ap 5: 13).
12. LA MISA ES UNA CELEBRACIÓN DE BODA En Apocalipsis encontramos a las multitudes en el cielo junto con los ángeles y los ancianos cantando una nueva canción para el Señor. Cuatro veces gritan "¡Aleluya!" en alabanza a Dios. Esto es significativo porque la palabra importante litúrgica "Aleluya" (¡alabado sea Yahvé!) Se usa solo cuatro veces en el Nuevo Testamento. Y los cuatro casos ocurren en sucesión rápida en los seis versículos de Apocalipsis 19. El último de estos Aleluyas en el versículo 6 refleja un punto de vuelta en la liturgia celestial cuando la gran multitud resuena en alabanza a Dios para la cena del Cordero.
¡Aleluya! Porque el Señor nuestro Dios Todopoderoso reina. Alegrémonos, exaltemos y demos gloria, porque el matrimonio del Cordero ha llegado y su Novia se ha preparado". Después de lo cual san Juan escribe: "Bienaventurados los que están invitados a la cena del Cordero" (Ap 19:19). Esta cena climática del Cordero es claramente algún tipo de comida de Pascua, y a la luz del marco litúrgico del libro de Apocalipsis, se entendería como la nueva Pascua de la Eucaristía. Anteriormente, en Apocalipsis 19, se revela que el Cordero es un Novio, lo que implica que esta cena de Pascua es una fiesta de bodas. Por lo tanto, el Cordero del Novio es Jesús, y la Novia nos representa a nosotros, la Iglesia, con quien Jesús vendrá a casarse. De hecho, esta es la fiesta de bodas en la que el Cordero se une a su Novia, simbolizando la consumación final de la unión entre Cristo y su Iglesia (Ap 21-22; Ef 5:21-33).
Por lo tanto, cuando el sacerdote dice. "Bienaventurados los llamados a la cena del Cordero", se hace eco de la invitación de los ángeles a la cena de bodas del Cordero (Ap 19:9). Cuando caminas por el pasillo para recibir la Sagrada Comunión, como miembro de la Iglesia, vienes a unirte a Jesús. Desde este punto de vista, la misa es realmente una fiesta de bodas. Nuestros corazones deben estar llenos de ardiente anhelo por la Sagrada Comunión con nuestro Divino Novio, cuyo cuerpo eucarístico entra sacramentalmente en el nuestro de la manera más íntima posible.
En respuesta a la invitación a la cena de bodas de la Eucaristía, rezamos una oración que, por un lado, reconoce nuestra indignidad completa para recibir a nuestro Señor y, al mismo tiempo, expresa confianza en que Jesús nos llama y puede sanarnos: "
Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Estas palabras expresan la humildad y la confianza del centurión romano que expresa gran fe y humildad al pedirle a Jesús que sane a su siervo que está en su casa, porque creía que Jesús podía sanar desde lejos, simplemente hablando Su palabra (Mt 8:8).
Después de la distribución de la Eucaristía. El sacerdote purifica los vasos y dice la Oración después de la Comunión, en la cual reza para que los frutos espirituales de la Eucaristía tengan efecto en nuestras vidas.
La misa termina como comenzó con las palabras "
El Señor esté con ustedes", y la señal de la cruz se hace mientras el sacerdote bendice a las personas en el nombre
del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. A partir del siglo IV en adelante, las palabras latinas "
Ite Missa est" fueron utilizadas. Estas palabras literalmente significan "Id, estan despedidos". Por lo tanto, toda la Liturgia recibe su nombre, "
La Misa", de la palabra '
Missa' que significa “despedida” o “envío”. Ahora usamos una nueva traducción, “
Vayan, la Misa ha terminado” porque la liturgia en la que se realiza el misterio de la salvación concluye con el envío de los fieles, a fin de cumplir la voluntad de Dios en su vida cotidiana. Es una despedida con una misión. Es un enviar adelante al pueble de Dios para traer los misterios de Cristo al mundo.